Notas del Fundador del IIN: Por qué está bien dejar de ser vegano o macrobiótico
Una de nuestras dotadas graduadas, Alex Jamieson, publicó recientemente un artículo en su sitio web sobre la experimentación con proteínas animales. Ha sido una firme defensora del modo de alimentación vegano durante mucho tiempo, y sigue recomendándolo como herramienta curativa para muchos.
Al cabo de muchos años, empezó a tener antojos abrumadores de proteína animal acompañados de sentimientos de culpa por tenerlos. Empezó a comer alimentos animales en secreto, avergonzada por no haber estado a la altura del "ideal vegano". Alex finalmente aprendió a aceptarse a sí misma, y ha salido valientemente a compartir su experiencia con el mundo. Lo más hermoso de su historia es la compasión que siente por su cuerpo.
Me recordó cuando empecé a interesarme por la nutrición y la salud. Durante varios años, seguí una dieta macrobiótica vegana: casi no comía lácteos, carne, miel ni huevos. De vez en cuando comía pescado. Me volví muy sana y fuerte, y cada vez que iba a una revisión todos mis análisis de sangre eran excepcionales. Sin embargo, poco a poco empecé a notar los inconvenientes de esta forma de comer.
Durante años, me sentí muy bien dejando los lácteos. Dejé de resfriarme en invierno y de tener mucosidad. Entonces hice mi primer viaje a la India y visité a muchos médicos ayurvédicos, que coincidieron en que necesitaba más lácteos en mi dieta. Dijeron que me faltaba la energía calmante, tranquilizadora y femenina que contienen los lácteos. Así que poco a poco fui abandonando mi actitud rígida y empecé a experimentar con la leche, el queso y el yogur.
Mi madre creció en Hungría, donde los lácteos eran una parte importante de su dieta diaria. Bebía leche cruda caliente directamente de la vaca. Dado que mis antepasados consumían lácteos de forma habitual, tiene sentido que yo me beneficie de cantidades moderadas de productos lácteos de alta calidad en mi dieta.
En Nutrición Integrativa, enseñamos una teoría llamada bioindividualidad - que no hay una dieta correcta que funcione para todos todo el tiempo. Quizá oíste hablar de una dieta que en teoría sonaba muy bien, y tu mejor amiga se estaba poniendo muy sana comiendo así. Pero cuando la probaste durante una semana, empezaste a sentirte débil e hinchado.
El cuerpo sabe lo que debe comer. Es el cerebro el que se equivoca. Cuando nos atascamos en el dogma dietético, tendemos a no escuchar lo que nuestro cuerpo necesita realmente. Recuerda que tu cuerpo te quiere. No puede hablar, pero te envía mensajes a través del malestar o las ansias de comer que hay que descodificar. La verdadera cuestión es si estás dispuesto a escuchar y amar a tu cuerpo a cambio.
La verdadera compasión no consiste sólo en apoyar las elecciones personales de los demás, sino también en ser fiel a tu propia bioindividualidad. Puedes confiar en tu cuerpo y dejar que te guíe hacia los alimentos que mejor favorecen tu salud.
¿Te has quedado alguna vez atrapado en un dogma dietético que no te funcionaba?